La Virgen de las Angustias recorrió un año más las calles del barrio de San Miguel, aunque con novedades estéticas que hicieron que el rosario de la aurora de 2012 tuviera un sabor distinto al de años pasados. Un lujo que la mayordomía de la hermandad, liderada por Francisco Javier Casares, quisiera dar un giro de tuerca a las parihuelas de traslado convencionales, convirtiendo un simple estructura de madera en un paso elegante y coqueto, gracias a la colaboración de la hermandad de la Vera-Cruz, que cedió los faroles y la peana de plata, a la de la Candelería que hizo lo propio con el llamador y a la del Cautivo de Chipiona, que cedió la crestería.
Nuevas formas, nuevos elementos que consiguieron que cuando las puertas de la capilla del Humilladero se abrieron a las ocho y cuarto de la mañana, nada pareciera igual, aunque todo fuera lo mismo. Porque lo único que importa en septiembre por San Miguel, antes de la festividad de la Patrona, es Ella, Nuestra Señora de las Angustias, una de las devociones más antiguas de la ciudad y que, gracias a una iconografía cercana y doliente, se gana la devoción de sus devotos con su simple presencia.
Quiso la hermandad, en todo caso, no dejar nada al azar. Así, engalanó con alfombras de colores la calle Campana, que cruzó la dolorosa cerca de las diez de la mañana cuando iba de recogida. Y quiso también Joaquín Bernal, capataz de la cofradía, compartir el rosario de la aurora con la cuadrilla de Pasión, que respondió a la invitación acudiendo en su totalidad. No en vano, la hermandad que preside Francisco José Mancilla es madrina de la bendición de la dolorosa de Pasión.
Un rosario de la aurora que se cerró con las tradicionales oraciones ante la imagen, y que ahora riega la hermandad con vino de la tierra en una convivencia que está teniendo lugar en la Hijuela del Serrallo. Un rosario de la aurora de los de siempre, y de los que nunca se perderán, porque dependen, única y exclusivamente, del cariño de sus devotos a Nuestra Señora de las Angustias.