No voy a inventar nada si digo que el hombre es un animal de costumbres. A todos nos gustan las vacaciones, suspiramos por tener un par de días alejados de la ciudad, del colegio de los niños, de las tareas diarias… pero, en lo más íntimo de nuestro ser, añoramos el café con el compañero de trabajo, el sentarnos a planificar el día, organizar bien nuestras pocas horas de ocio que, precisamente por ser escasas, se aprovechan más.
Escuchaba el otro día en el autobús a un par de madres que, peligrosamente, se exponían a que un volantazo brusco las revoleara dentro del vehículo ya que, con una mano controlaban a sus churumbeles y con la otra cargaban con su propio bolso y las consabidas mochilas escolares. ¡Menos mal que ya ha empezado el colegio! ¡Con la de cosas que tengo que hacer! se decían la una a la otra comprendiéndose instintivamente con la mirada. Todavía estaban morenas del largo verano, de la piscina y de la playa, pero me dio en la nariz de que no era por estar tumbadas en la arena viendo pasar las nubes sobre sus cabezas.
En septiembre la ciudad se despereza del letargo estival, resurgen las actividades interrumpidas por el verano y los atascos de las horas puntas. Las tiendas vuelven a abrir por las tardes, las administraciones funcionan a pleno rendimiento y se puede coger hora para el médico, sí señor, por la tarde. Septiembre es el mes de los coleccionables de ganchillo y de los propósitos habituales: estudiar inglés, adelgazar e ir al gimnasio. Algunos lo harán durante unos días, quizás semanas, pero a la mayoría el sofá volverá a engullirlos con ese recuerdo ya lejano del verano ocioso. Pero, desengañénomos, necesitamos volver a la rutina del invierno, aunque a los dos días estemos añorando de nuevo las vacaciones.
Efectivamente, nuestra vida es así. Añoramos lo que no tenemos, vivimos el presente pensando en el futuro, necesitamos cambios en nuestras vidas para hacerla mas intensa. Siempre tenemos algo en el punto de mira: ahora vienen unos puentes; cuando pasen, pensaremos en Navidad, luego…….etc, etc. Y pobre del que no tenga ilusión por el futuro. Me gusta cambiar, pero…… ¡que me gusta el verano!