Escribo esta carta en nombre de las personas a las que atiendo y para las que trabajo, en su mayoría dependientes.
Están destruyendo logros por los que hemos luchado durante años y habíamos logrado conseguir, como la Ley de Dependencia. Los dependientes ya tienen suficiente pena y sus cuidadores, por regla general, suficiente fortaleza, dedicación, esfuerzo… Que, en una pequeñísima medida, se había podido compensar y con ello hacerles sentir que su trabajo era tenido en cuenta a nivel de ayuda. Ahora y con la inspección que están haciendo, las calificaciones de grado 3 pasan a ser de grado 1, por lo tanto sin derecho a acceder ni a centros de día, ni a residencias, ni a tener una atención suficiente a domicilio… Es curioso y llamativo que todos los dependientes de Salud Mental hayan mejorado hasta tal punto, o en su lugar no se calificó bien al principio, o también puede ser una manera de negarles en la práctica los recursos que por Ley les corresponden. Yo les aseguro a todos ustedes, aunque muchos ya lo sepan, que la carga emocional, física y de toda índole que supone cuidar de un dependiente no está pagada con nada y la irresponsable y frívola decisión de ir desposeyendo de ayudas a los que la necesitan me enfurece.
Me enfurece ver las caras tan tranquilas y los corazones, que adivino son de corcho, al firmar este tipo de recortes. Me enfurecen sus risas, mientras pisotean a los más necesitados. Me enfurece que se deje en manos de desaprensivos el cuidado de los débiles porque no los ven. Sé lo difícil que es ponerse en el pellejo de los otros, tener empatía, pero también sé porque lo veo que esa palabra no está en el diccionario de quienes nos gobiernan. Ante la desgracia y la enfermedad, cada vez más presente en la sociedad, es preciso poner ternura, comprensión, agrado, educación, sosiego, dedicación… Algo que hacemos diariamente los profesionales, porque estamos en contacto con ellos. Sería preciso que les tocara a los gobernantes para que, visto y sufrido en sus propias carnes, a lo mejor recapacitaran. Pero creo, señores, que tampoco, porque las penas con pan son menos.
CRISTINA ROSALES FONTCUBERTA. Psicoterapeuta y Trabajadora Social Psiquiátrica.