La Virgen de la Esperanza, la guapa dolorosa de la Plazuela, ya está en su capilla tras unos intensos días en la clausura del convento de Madre de Dios. Lo hizo en un traslado rápido, sencillo, solemne y vibrante por momentos, un traslado que sólo la Esperanza sería capaz de llenar con su presencia. Sin el apoyo de dotaciones policiales, ausentes en la noche de ayer, la propia corporación se abrió paso por Madre de Dios para llegar, por la calle Pañuelo, hasta la Plazuela, donde sus hermanos ya la esperaban a Ella con ansiedad tras una semana lejos de su altar.
Atrás quedan varios días en los que su presencia llenó de Esperanza el convento franciscano de Madre de Dios. Atrás quedan los altares de culto solemnes, la función en su honor, el elegantísimo besamanos que dispuso, una vez más, la mayordomía de la hermandad… Atrás quedaron las predicaciones marianas, y los traslados en su parihuela. Atrás quedó todo, porque atrás quedó la Esperanza. Una dolorosa que ya camina con paso firme hacia la coronación canónica que tendrá lugar el próximo septiembre, y que festejó su onomástica en el silencio de un convento que la recibió, como ya hiciera hace décadas, con la alegría de quien recibe a una vieja amiga que quiere volver unos días a casa.
Con esta visita, la hermandad cumple un itinerario que le ha llevado por la iglesia de San Miguel, o por el propio convento de Madre de Dios, así como por el Asilo de San José, tres de sus sedes canónicas a lo largo de la historia de esta virgen itinerante que engloba en su mirada el pulso de un Jerez que ya espera ansioso el momento en el que José Mazuelos coloque la corona de oro sobre sus sienes. Será dentro de nueve meses, una gestación que la hermandad está disfrutando con indisumulado gozo, y que promete regalarnos algunas estampas más para la historia de la joven hermandad de la Yedra. Una hermandad que ayer rozó la perfección, y que demostró el amor y devoción que profesa por su Virgen de la Esperanza.