Estimados hermanos/as:
Un año más y desde este blog, que nos ha acompañado todo el año, recogiendo el palpitar de nuestra Vida de Hermandad, como Hermano Mayor, mis más sinceros deseos de paz y felicidad por la venida del Salvador y ante la entrada de un nuevo año.
Debemos estar contentos porque el Niño de Dios, vestido con su tuniquita morada, nace todos los días en la Hermandad y lo hace cada vez que nos acercamos a ella, cada vez que participamos en la Eucaristía, en nuestros cultos semanales, en especial en aquellos que tienen a Dios vivo y Sacramentado como eje; en nuestras convivencias, en aquellos que anteponen la Hermandad a otros intereses particulares. Renace en las horas de montaje, en los rezos y predicaciones, en los entrenamientos costaleros, bajo la túnica, en los Cabildos y en las charlas cordiales. Dios vive en la Hermandad porque donde dos o más están reunidos en su nombre allí está El en medio de nosotros.
En este Año de la Fe ha habido momentos muy especiales como los vividos durante la pasada Cuaresma y Semana Santa, en las fiestas del Corpus o más recientemente con esa maravillosa visita al convento de Las Reparadoras o la puesta en marcha de nuestra Bolsa de Caridad “Padre Anselmo”, ejemplar testimonio de un grupo de hermanos, ya fundadores de esta loable obra, que sin duda vendrá a hacer que el espíritu de la Navidad no se limite a unos días al año.
Todos debemos sentirnos felices por la fuerza de la Fe, por sentirnos seguidores de Cristo y de su Madre María.
Como Hermano Mayor, además, me siento orgulloso de mi Hermandad y dentro de ella, de quienes más se esfuerzan por hacerla importante a la luz de la Fe, esos hermanos tan desprendidos, ejemplos para los demás, que son capaces no solo de ofrecerse a la Hermandad desde puestos de responsabilidad sino también, de no faltar a cualquier convocatoria, de sentir a la Hermandad como algo importante en su vida, de no acudir solo cuando hay celebraciones sino también cuando hay que arrimar el hombro sacrificando tiempo de ocio, familia y lo que haga falta; hermanos que no fallan nunca, que saben que su Hermandad necesita de ellos como necesita de todos los que un día fueron llamados por la mirada cautivadora de Nuestra Madre de Loreto. Vuestro testimonio os hace grandes y engrandece a nuestra Hermandad. Enhorabuena por hacer que siempre sea Navidad en la Hermandad.
Corren tiempos difíciles para todos, hoy más que nunca es necesario el testimonio, la solidaridad y la ayuda entre todos los hijos de Dios, por eso nuestra Bolsa de Caridad ya ha comenzado a andar porque, dentro de nuestros escasos recursos, estábamos obligados como cristianos y cofrade a poner nuestro granito de arena en pro de los más necesitados. Por eso quiero terminar mi mansaje, con el recuerdo emocionado a todos aquellos que se nos han marchado este año para comprobar que no se equivocaron cuando soñaron que el rostro de María está en San Pedro y en especial nuestro hermano Enrique, y lo hago con un texto que me llamó mucho la atención y que quiero compartir con todos mis hermanos en esta noche que vino al mundo el Dios de la Vida, de la Paz y del Amor:
“Un hombre recibió de parte de su hermano un automóvil como regalo de Navidad. Cuando salió de su oficina esa Nochebuena, vio que un niño desamparado estaba caminando alrededor del brillante auto nuevo y que lo contemplaba con admiración.
— ¿Este es su auto, señor? —preguntó el niño.
El hombre afirmó con la cabeza.
—Mi hermano me lo dio como regalo de Navidad.
El niño se quedó asombrado.
— ¿Quiere decir que su hermano se lo regaló y a usted no le costó nada? A mí sí que me gustaría… —titubeó el niño.
El hombre se imaginó lo que iba a decir el niño: que le gustaría tener un hermano así. Pero lo que el muchacho realmente dijo estremeció al hombre de pies a cabeza:
—Me gustaría poder ser un hermano así.
El hombre miró al muchacho con asombro, y se le ocurrió preguntarle:
— ¿Te gustaría dar una vuelta en el auto?
— ¡Claro que sí! ¡Me encantaría!
Después de un corto paseo, el niño se volvió y, con los ojos chispeantes, le dijo al hombre:
—Señor, ¿sería mucho pedirle que pasáramos frente a mi casa?
El hombre sonrió. Creía saber lo que el muchacho quería. Seguramente deseaba mostrarles a sus vecinos que podía llegar a su casa en un gran automóvil. Pero, de nuevo, el hombre estaba equivocado.
— ¿Se puede detener donde están esos dos escalones?
El niño subió corriendo, y al rato el hombre oyó que regresaba, pero no tan rápido como había salido. Era que traía a su hermanito lisiado. Tan pronto como lo acomodó en el primer escalón, le señaló el automóvil.
— ¿Lo ves? Allí está, tal como te lo dije, allí arriba. Su hermano se lo dio como regalo de Navidad, y a él no le costó ni un centavo. Algún día yo te voy a regalar uno igualito… Entonces podrás ver tú mismo todas las cosas bonitas que hay en los escaparates de Navidad, de las que he estado tratando de contarte.
El hombre se bajó del auto y subió al hermanito enfermo al asiento delantero. El hermano mayor, con los ojos radiantes, subió detrás de él, y los tres comenzaron a dar un paseo navideño inolvidable.
Esa Nochebuena, aquel hombre comprendió el verdadero significado de las palabras del apóstol Pablo, que a su vez recordaba las palabras de nuestro Señor Jesucristo: «Ahora los encomiendo a Dios y al mensaje de su gracia, mensaje que tiene poder para edificarlos y darles herencia entre todos los santificados. No he codiciado ni la plata ni el oro ni la ropa de nadie. Ustedes mismos saben bien que estas manos se han ocupado de mis propias necesidades y de las de mis compañeros. Con mi ejemplo les he mostrado que es preciso trabajar duro para ayudar a los necesitados, recordando las palabras del Señor Jesús: “Hay más dicha en dar que en recibir.”»
En la noche sublime del Nacimiento con mayúsculas, también, con los ojos radiantes, este Hermano Mayor, que le gustaría parecerse al niño del relato, os deseo FELIZ NAVIDAD Y UN AÑO NUEVO LLENO DE BENDICIONES.