Apenas hacen falta palabras, porque la cara de Lorena Velarde ya muestra otra expresión al abrir la puerta de su casa, uno de los pisos del llamado ‘bloque del terror’ en la barriada de La Asunción. “Ahora ya duermo tranquila, de un tirón, toda la noche. Ya no me preocupa que todo se venga abajo”, cuenta esta joven que encabezó una dura batalla con la Junta de Andalucía y el Ayuntamiento para lograr que se cumplieran los compromisos y se rehabilitaran unas viviendas en estado ruinoso, en las que vivían entre puntales y cascotes que caían del techo.
Seis años después de haber solicitado la intervención, el 8 de enero de 2013, los obreros llegaron por fin al bloque 6 de la calle Desconsuelo de la barriada para iniciar las obras urgentes de reparación de los techos y cubiertas de estas casas. Ahora, algo más de tres meses después, los trabajos han terminado y las viviendas, a falta de una mano de pintura y de volver a colocar los muebles, lucen impecables y seguras.
Lorena, orgullosa, muestra ya terminada la obra en la casa de su madre. Acaban de pintar, y para proteger el suelo han usado aquellas pancartas que hace unos meses les sirvieron para reclamar a las administraciones. Las sábanas viejas, como esa en la que se leen frases como “Necesitamos ayuda urgente. El techo se cae”, no son el único recuerdo de los seis años que han pasado viviendo entre puntales. “He estado mala de los nervios, he llegado a gastar al mes 80 euros de teléfono llamando a la Junta y el Ayuntamiento, y no se me quita la cabeza la imagen de mi hijo viviendo en un sitio donde de vez en cuando le caían trozos del techo”, dice ya más tranquila mientras recuerda que “en un solo día llegué a llamar por teléfono 40 veces al delegado de Vivienda, Manuel Cárdenas”.
Que la estructura era peligrosa y estaba a pique de caerse lo certifican los obreros que han reforzado los techos, y para los que Lorena y los suyos solo tienen buenas palabras. Francisco Carrasco, que trabaja ahora rehabilitando otros bloques de la misma barriada, dice que “estaba todo totalmente deteriorado”. “Apenas lo tocábamos y se caía, como si fuera tierra y no techos de hormigón. Estaban llenos de humedad, salía agua a borbotones de algunas partes”, cuenta Carrasco.
Ahora, sin embargo, los techos están reforzados, con aislantes, reconstruidos con vigas incluso de mayor tamaño que las estándar. “Esto ya no se cae”, dice este obrero que recuerda que “se han hecho pruebas de resistencia al agua con peritos durante las obras, llenando el techo de agua durante varios días y certificando que ya no hay filtraciones”.
Para el equipo de operarios y el contratista solo tienen buenas palabras. “Han acabado la obra pese a que la Junta aún no ha pagado, tirando de préstamos, y con buena voluntad”. Estos días sin ir más lejos están volviendo atrás con las máquinas para pulir algunos defectos estéticos que habían quedado al lucir los techos.
Lorena y su madre, propietaria de la vivienda encima de la suya, ya solo quieren recuperar la normalidad, “aunque ahora tendremos que ahorrar para volver a poner los muebles que hemos tenido que tirar por la humedad”. Pero vivirán tranquilos. Lo expresó muy bien su hijo hace unos días, cuando le dijo que le daba mucha alegría que ya no se le vaya a caer el techo a su abuela. “La abuela y tú habéis llorado mucho”, recordaba el pequeño.