Tengo un amigo que me ha fallado.
Uno de tantos, que cree que la distancia es el olvido. Un amigo al que considero un hermano, que se ha olvidado de la Navidad.
Muchas lunas camina dibujando la orilla de un río, derramando su fe en un caudal que muere donde la Virgen aposentó sus pilares. Lleva, desde que le conozco, recriminándome que me marche lejos de mis raíces con la frecuencia que en mí es habitual, y ahora, las cosas de la vida, y las cosas de la crisis, es él quien confunde kilómetros con metros, basílicas con ermitas…
Y ha decidido no escribir más. Ha decidido no contarme, con su fina ironía y su pluma escurridiza, los pequeños detalles que hacen que realmente merezca la pena soñar con que Jesús realmente ha nacido, y habita entre nosotros… Quizá deba ser así, como afirma… pero entonces, quizá él deba entender que yo tenga que marcharme, un año más, a buscar mi Navidad lejos de donde sé que no podré encontrarla.
Todavía estamos a tiempo. Todavía puede darse cuenta de que los que le rodeamos, y también quizá los que no, le necesitamos, ahora que no lo tenemos tan cerca, más que nunca…
Ojalá un día entienda que mi Navidad, sin sus minicuentos, es mucha menos Navidad…