“… Un pregón de los de siempre, con sólo veinticinco años.

Mucho le ha cambiado la vida al bueno de Antonio. Ahora es un rostro mucho más familiar para todos. Su profesión le ha alejado de algunos ambientes, pero mantiene viva como pocos la llama de la ilusión, la fe desgarrada en los Dolores que un Señor Caído puede sufrir. Y ha pasado más de una década. Se equivocaba Antonio, porque su pregón no tenía que revestirlo con alma de niño, puesto que él lo era. Juntos crecimos en nuestra fe y nos aferramos a ese Cristo de gubia y formón para entender los misterios de nuestra vida.

Igual es, ahora que se buscan pregoneros ante la escasez latente, el momento de que Antonio Moure nos cuente de nuevo en Villamarta cómo ve las cofradías ahora. Igual ahora sí es momento de que revista su pregón… con alma de niño”.

Perdonen que así comience este artículo. Lo dejé escrito, varios años atrás, en www.lavozdigital.es, en una pieza que se titulaba ‘El pregón de Antonio Moure’. Era un artículo veraniego, 12 de julio estaba firmado. No había pregones cercanos, ni glosas poéticas a la vista. Simplemente, me apetecía hablar de aquel pregón que marcó para siempre mi forma de entender la Semana Santa, la pregonería, e incluso mi manera de contar las cosas.

Andaba Moure por ese tiempo algo alejado de las cofradías, ya fuera porque su trabajo le obligaba, bien porque su fe, esa “tan pobre, de gubia y formón”, como él mismo dijera en San Miguel aquella Cuaresma, se resquebrajaba… Recuerdo incluso que una vez, cuando le entrevistaba por el pregón de la coronación canónica de la Concepción, me dijo estar -a micrófono cerrado, discúlpame ahora por contarlo- quemado de las cofradías, hastiado, si quieren así decirlo, de la maquinaria que había por detrás de unas instituciones a las que él siempre vio con… alma de niño.

Ya les digo, no había excusa por aquel 2009 para pedir que Antonio volviera al Villamarta. Simplemente, me apetecía. Recordaba paso a paso aquellos versos en San Miguel, aquellos “pasillos del tiempo” que dibujaran algunos de los pasajes más atronadores que nunca hayan sonado en un pregón de la Semana Santa. Recordaba, como si fuera ayer, aquel “Mendigo… mendigo soy del amor…” con el que comenzó el pregón de la coronación canónica de María Santísima de la Concepción, o los versos al Cristo de la Viga, versos que luego, por la premura de tiempo, fueron recordados en el pregón que diera en San Miguel. Pero recordaba también las glosas poéticas por los colegios, las tardes en Rivero hablando de versos, entonaciones, de los clásicos, de los Gallardo y Zarzana, de los que querían dar el pregón, pero no tenían arrestos siquiera de escribir un folio en blanco.

No había excusa para escribir aquel artículo. Pero lo escribí. Al igual que escribí otro, ya en esta casa, Reporteros Jerez, éste sí con excusa, justo el año pasado, cuando asistí al pregón del 425 aniversario de la hermandad del Santísimo Cristo de la Expiración. ‘Moure ha vuelto… para quedarse’. Así lo titulé, 8 de junio de 2013. Sencillo de encontrar, háganlo en google. Y les decía en aquella pieza…

“Pretendió resumir 425 años en apenas 90 minutos. Y lo mejor, en cambio, fue cuando abrió las puertas del futuro de la hermandad con un romance dedicado a su propio hijo que será recordado, para siempre, como aquellos versos al Cristo, -cinco en punto de la tarde-, como aquellas dulces monjitas del obrador… Antonio Moure ha vuelto, si es que algún día alguien creyó que se había ido. Y ha vuelto, visto lo visto, para quedarse.

Para demostrar que en esto de la pregonería no todo está inventado. Para buscar nuevos escenarios, increíble el Museo de la Atalaya, para dibujar nuevos versos, como los que recitó con la memoria de Antonio Gallardo, para redefinir la definición exacta de un romance (…)

(…) Moure ha vuelto… Y es para quedarse. Para afrontar de nuevo los nervios de un Villamarta que nunca pisó como pregonero oficial… Porque ni la Semana Santa es ya igual que hace casi veinte años, ni Antonio Moure es ya aquel niño que se desmayó en la sacristía de San Miguel. Antonio Moure es el pregonero del 425 aniversario fundacional de la hermandad del Cristo. Y como no podía ser de otra manera, lo bordó. El Villamarta te espera… Y nosotros, también”.

Por eso me ves raro, querido amigo. Por eso mis silencios, y por eso nuestra complicidad, tanto tiempo después. Por eso, Antonio, mi llamada sincera de felicitación tras conocer tu nombramiento, y por eso, las copas de amontillado que pretendo tomarme contigo en estos meses de vísperas. Por todo esto, quizá, tu amarga felicidad ayer en la rueda de prensa… En estos tiempos en los que lo fácil es navegar a favor de viento, quería recordar que he pedido en muchas ocasiones que no nos roben la posibilidad de escucharte en Villamarta, por fin, hecho un hombre, maduro, sensato, en tu mejor momento.

En estos tiempos cainitas, en estos tiempos, con perdón, tan cerdos, viste tu pregón con alma de niño, porque ahora sí, vas a necesitar de toda tu inocencia para no sangrar por la boca en el teatro. Curioso cómo hay muchos pregoneros que consiguen que Jerez sueñe su Semana Santa tras el pregón del Villamarta… Curioso, porque tú lo has conseguido tan sólo con tu nombramiento.

La historia te ha puesto en tu lugar, y Jerez te ha devuelto lo que un día no supo darte. Este es tu verdadero pregón con alma de niño, y no el que diste en 1998, que era el canto de un niño que quería ser hombre. Y aquí dejo escrito, y eso compromete, que te espero una tercera vez en Villamarta, y te lo digo ahora, antes de conocer la maravilla que crearás el próximo Domingo de Pasión. Lo diste siendo hijo, lo darás siendo padre, y te espero siendo abuelo, para que nos cuentes, por última vez, cómo ves tu Semana Santa.

“Si Jerez mil veces me llamara, mil veces le diría que sí…” Ya te ha llamado dos veces, querido amigo. Soñemos, desde hoy, con una tercera.