Todo comenzó con quince minutos de retraso… y todo fue hermoso. Desde la disposición de la carreta, hasta la aparición del pitero, pasando por la presencia del Simpecado antiguo de la hermandad… Todo fue hermoso, como hermoso fue el pregón de Andrés Villagrán, que demostró saber, conocer, sentir, amar y palpar el Rocío en todas su vertientes desde el primer renglón de su pregón, hasta el último verso de la noche.
Andrés es de la Virgen. Ese puede ser el mejor resumen de la noche… Un enamorado de la Virgen del Rocío, que supo contagiar, y de qué manera, los olores, sabores y esencias de Doñana a una bodega de La Concha que lo esperaba ansioso. Poco importaba su juventud, puesto que en los caminos que lleva, ha demostrado de sobra ser un rociero activo, presente en cada misa, en cada rosario… Poco importó su escasa trayectoria en los pregones, porque sus años con un micrófono en distintas radios locales le daban las tablas suficientes para afrontar el reto… Y lo ganó.
Comenzó Pablo Guitarte alabando la figura del pregonero. Y lo hizo fiel a su forma de ser, constante en la ironía, brillante en el sarcasmo. Una presentación corta, al uso, simpática, y que nos presentaba de la manera más fiel posible a la figura del pregonero, que comenzó preguntándose, como tantos otros, por qué quiere así a la Virgen, si no tiene ascendencia rociera en su familia. Lo hizo antes de que su gente de Dos Hermanas, ciudad de la que es su mujer, Maricruz, cantara la primera sevillana, acompañada de la guitarra de Joaquín Vallejo.
Pronto comprenderíamos que el pregón transitaría por los cauces naturales, por los senderos y caminos que nos llevan cada primavera hasta Ella. Poco importaba… Villagrán conocía lo que el público esperaba de él, y se lo dio. Con creces. Con unas décimas personales en muchos momentos, con instantes de pellizco, de verdadero pellizco, con metáforas escondidas en la prosa, con personalidad a la hora de declamar lo escrito…
El pregón, con la música justa para acortar los tiempos, y con el verso roto por la emoción, caminó por las arenas, y en Malandar se encontró con su peña, la de siempre, la del presentador y la de su inseparable Joaquín Vallejo, y en el Sopetón se cruzó con su otra familia rociera, la que cada año le abre las puertas de su casa cada noche. Sonó impactante la décima construida por su amigo Ángel Rodríguez Aguilocho, insertada dentro de un minicuento, y el pregón creció a cada sílaba que pronunciaba el pregonero. Iba Andrés recordando cada instante del camino, gustándose en la suerte, recordando a peregrinos en su rincón (“Así es como la distancia, se convierte en una sola calle…”), el Ángelus en el Barroso… Todo lo conocíamos, claro que sí… Pero todo lo queríamos escuchar de la boca de uno de los romeros que más intensamente viven el Rocío.
Y quizá por eso… O quizá porque fue bueno… O seguro que por ambas cosas… Se nos hizo corto. Muy corto el pregón, que terminó cantando la salve ante el Simpecado de Jerez, y que nos llevó de nuevo a soñar con que mañana mismo estemos en Santo Domingo, comenzando nuestra peregrinación.
“Yo sólo soy uno más… Y mira que pasa gente…” Todo, siempre por Ella. Todo, siempre por la Virgen… Como pasó ayer. Todo, por Ella…