Resulta sorprendente ver cómo los cantes de trilla, tan escuchados en los últimos años en la mayoría de los espectáculos flamencos, son ahora el argumento principal de una obra. Ayer mismo los cantes de siega, de trilla, fueron el preámbulo musical con el que abrió la noche la compañía de Antonio el Pipa. Una pincelada de una parte de las vivencias de la sociedad jerezana en la campiña cercana a Jerez. La compañía de Nani Paños y Rafael Estévez ha escogido esta temática como manifestación cultural y musical de una parte de nuestra Andalucía. La conversión al baile del ritual que se realizaba en los campos a diario durante la siembra y recogida en las gañanías supuso un éxito integral en las tablas de Villamarta. La trama se desenvolvió en un viaje visual por los dominios de los campesinos en las labores propias de los campos a través de un viaje en el que el campesino es el protagonista, dirigidas por el manijero. La obra parte de dos partes bien diferenciadas. De un lado ‘Tierra’, donde se dibuja el trabajo de siega, de aradas, del arriero… Y de otro una representación con música de Stravinsky con la ‘Consagración de la primavera’.
Un gran elenco conformó el cuadro de baile coordinado por Estévez y en el que el archiconocido Antonio Canales vendió un producto compacto y muy elaborado.
Sorprende que, en una obra de estas características y con una duración cercana a las dos horas, incluido descanso, la ausencia de guitarras y de cualquier elemento musical no suponga un hándicap y haga que el público mantenga la atención durante todo el espectáculo. Esto solo se consigue con una gran originalidad en un discurso cargado de simbolismo. En cualquier caso el guión es un fiel reflejo de la vida del campo de hace décadas. Del campo al cortijo y del cortijo al campo. Y a la vuelta del trabajo la cita con el cante, con la fiesta íntima, con la reunión festera para olvidar la dura labor de la tierra. Las voces de Israel Fernández, David ‘el Galli’ y Rafael Jiménez ‘El Falo’ contribuyeron a dar forma y sentido ya fuera por seguiriyas, en las que cada uno se tocó la guitarra a sí mismo (único momento en el que el instrumento hace acto de presencia) o en las aceituneras, arrieras o soleares.
En la segunda parte, la música de Stravinsky dio pie a desarrollar un precepto diferente y musicalizado en los modos clásicos. Una particular visión de las revueltas de los campesinos contra los patronos, contra los terratenientes con la intención de reivindicar que las tierras que trabajan se conviertan en propias. La primera impresión nos invitaba a pensar que la obra se estaba estancando, había perdido fuerza, pero pasan los minutos y la escena te envuelve y no te deja salirte de ella, a pesar de la extensa partitura. Escrupulosamente cuidadas fueron las coreografías tanto grupales como en parejas. Un difícil trabajo que brilló en el resultado global.