Rotundo. Vibrante. Sobrecogedor. Multitudinaria. Especial. Espectacular. Acertado. Único. Irrepetible… Podríamos agotar las líneas de esta crónica para describir, o al menos intentar hacerlo, cuanto ayer aconteció en el traslado de la Virgen de la Esperanza desde la Plazuela hasta San Lucas. Pero aún así, se quedaría corto, muy corto lo descrito, ante la multitud de sensaciones acumuladas en el traslado que tuvo lugar ayer en nuestra ciudad.
Nuestra Señora de la Esperanza es una dolorosa de impacto. De las que te dicen todo, o no te dicen nada. De las que no dejan indiferente… Cómo quedar ayer impasible ante semejante portento de dolorosa… Se paseó ayer la Esperanza como una reina, como una verdadera emperatriz caminando entre los suyos. Sublime fue el paso de la corporación por la calle Empedrada, despidiéndose de una Plazuela que ayer trasladó sus vivencias hasta una iglesia de San Lucas que a buen seguro, se quedará ahora pequeña par albergar tanto tesoro.
La procesión tuvo varios momentos álgidos, cumbres que había que subir para poder elevar a la Esperanza a los cielos jerezanos. Esos que anoche se tiñeron de añiles, y violetas, y rojizos plomizos por momentos, minutos antes de que la Esperanza llegara a San Miguel. Quizá porque la Salud había salido a recibir a la Esperanza, hasta el tiempo quiso acompañar… Una brisa apagó la candelería de la dolorosa, que entraba, despacio, cadenciosa y silente, en esta catedral oficiosa de la diócesis. La hermandad del Santo Crucifijo había dispuesto todo para que el momento de oración fuera irrepetible, y la corporación llegó con los sones de marchas eucarísticas especialmente elegidas por la hermandad de la Yedra. Desde lejos, muy lejos, las campanas de San Miguel anunciaron que la Esperanza volvía a su casa, y la salve de William Gómez, magistralmente interpretada, una vez más, por Ángel Hortas, consiguió que las emociones discurrieran libres por las mejillas de cuantos pudieron disfrutar de la plegaria. La reliquia del Lignum Crucis, que fue adorada por la junta de gobierno y capataces de la hermandad de la Yedra, presidía un altar en el que se elevaba, majestuoso con el retablo de San Miguel al fondo, el Santo Crucifijo de la Salud.
Y así fue que se fue la Esperanza de San Miguel, buscando nuevos caminos, nuevas historias que añadir a su leyenda. El paso por la casa del pregonero, con la plegaria de la Esperanza cantada por Manuel de la Fragua, – cómo canta… – o la llegada a San Lucas, con el recuerdo de Paco Bazán siempre en la memoria, pondrían el broche de oro a una procesión que contó, además, con muchos detalles que no pasaron inadvertidos. Espectacular la dolorosa, vestida con saya y manto de la Virgen de los Dolores, en el palio de la dolorosa del Miércoles Santo. Increíble la labor de José Carlos Gutiérrez, desplegando con maestría una mantilla de la patrona de la ciudad a modo de rostrillo, y una cotilla mercedaria traída expresamente de la capital malagueña. Llena de matices la interpretación de las marchas por la banda de los Rosales, que rayó la perfección, con un repertorio selecto y clásico, muy al estilo de la hermandad de la Yedra. Absolutamente arrebatadora la elegancia de la cuadrilla de costaleros de la Esperanza, con la presencia de costaleros del Señor de la Sentencia, y con la cuadrilla de Dolores metiendo el palio en la iglesia de San Lucas. Y enorme, extenso, potente y numeroso el cortejo que dispuso la hermandad, que si no cumplió los horarios establecidos, fue por ser generosa con todos, y cumplir con las ofrendas y regalos que le iban haciendo, a su paso, a la Esperanza de la Yedra.
Una dolorosa que será coronada dentro de menos de dos semanas… Una dolorosa que dejó ayer claro como el agua que Jerez está… necesitado de Esperanza.