Chilla

“El pueblo que caminaba en tinieblas, vio una gran Luz..”

Estas son las palabras que escuchamos en la liturgia solemne de la Misa de Nochebuena. Y nada mejor que ellas para introducirnos en el misterio de la Navidad en el que brilla con fuerza la luz del Emmanuel, Dios con nosotros. Él es la Verdad que nos hace libres, el Amor que puede transformar nuestra existencia y el Camino de una renovada humanidad.

Desde el humilde portal de Belén, el Hijo eterno de Dios, que se ha hecho pobre para enriquecernos con su pobreza, se dirige a cada uno de nosotros y nos ilumina el camino de la plenitud. Así, ante el engaño de la soberbia, brilla con fuerza, en Belén, el esplendor de la humildad.

“Dios se hizo hombre para que el hombre pudiera llegar a ser Dios”  diría San Atanasio. Dios se abaja, se hace pequeño y pobre, mostrándonos el camino de la divinidad, enseñándonos que sólo el hombre humilde, que se pone totalmente en manos de Dios, encuentra la verdadera libertad. Sin Dios, jamás conocerá la gran alegría y su vida no será más que una mueca que acaba en la muerte. El hombre que sigue la vía de Belén, es decir, que se vacía de sí mismo para llenarse de Dios, no se hace más pequeño, sino más grande, pues se hace hijo adoptivo del Padre.

El hombre, decían los antiguos, ha sido divinizado por la gracia, que es participación de la vida divina. El cristiano es un ser humano santificado. Es decir, ser más de Dios significa ser más hombre. San Agustín tiene una expresión muy lograda que nos ayuda a expresar lo que queremos explicar. Dice así: Todo hombre es Adán; todo hombre es Cristo. Porque todo hombre procede de Adán y trae su historia de pecado y promesa de redención, y todo hombre es Cristo porque está llamado a participar de la gracia de su vida y ha sido tocado por su misterio desde su concepción.

En la noche del Nacimiento se oyen además las voces de los ángeles a los pastores que anuncian el Amor y la salvación: “Os anuncio una gran alegría… hoy, en la ciudad de Belén, os ha nacido un Salvador: el Mesías, el Señor” (Lc. 2, 10-11).

También al hombre de hoy, tantas veces viviendo en la noche de la tristeza y la desesperanza, se le invita a acudir al Portal para vivir la alegría y el gozo del encuentro con Jesús, que es el único que puede transformar y dar sentido pleno a la existencia humana. Y, como a los pastores, los ángeles invitan  a todos los hombres a vivir la Buena Noticia de que el Verbo ha querido compartir nuestras alegrías y sufrimientos, y nos ha mostrado que Dios se ha puesto de parte de la humanidad. Despertemos y dejémonos llevar de la mano del Niño de Belén.  Aceptemos el mensaje de un niño recién nacido, acostado en un pesebre y envuelto en pañales, para poder descubrir que el Redentor se hizo uno de nosotros, compañero, para recorrer a nuestro lado los caminos de la historia humana. No temamos poner la confianza en Él. Nada nos quita, sino que viene a ofrecernos su inmenso amor y a llenar de gozo nuestro corazón para que no sucumbamos ante las dificultades de la vida.

Por otra parte, la gruta de Belén nos muestra el camino de la humanidad renovada. Frente al individualismo hedonista, en Belén, Dios nos llama a recorrer día a día  el camino de la Encarnación que, como nos dice el Papa Francisco en su Exhortación Evangelii Gadium, pasa por el hermano. Pues “si Jesús, en su encarnación, se comprometió con los hombres hasta el punto de hacerse uno de nosotros, el trato que nosotros les damos a nuestros hermanos o hermanas se lo estamos dando al mismo Jesús. Y, por tanto, «quien no ama a su hermano, a quien ve, no puede amar a Dios, a quien no ve» (1 Jn 4,20).

La luz de la Encarnación, por tanto, nos cura de la ceguera de la vanidad, que nos sitúa por encima de los demás; nos muestra el bálsamo del servicio y la solidaridad especialmente con los más débiles y marginados; y nos impulsa a comprometernos en la construcción de un nuevo orden mundial fundado en la fraternidad, la justicia, la paz y en el que brillen unas relaciones humanas y económicas justas que respeten la dignidad de todos las personas.

Por último, espero que en esta Navidad el Señor que nos conceda el espíritu contemplativo de José y María y pido a la Santísima Virgen que la luz de Belén prenda fuego en nuestros corazones para que reine en ellos la fe, la esperanza y la caridad, que nos lleve a afrontar con alegría la tarea evangelizadora en el próximo año 2014.

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