Antonio ‘El Pipa’ puede presumir de ser profeta en su tierra. Una tierra que lo adora, lo aclama y que, pase lo que pase está de su parte. Y así sucedió en las tablas del Teatro Villamarta.
Su propuesta se basó principalmente en recordar su trayectoria artística durante los últimos quince años sobre los escenarios. La gran nómina de artistas que se han sumado a su andadura profesional. ‘Vivencias’ se podría resumir en un claro ejemplo de lo que es el flamenco de barrio, de familia, de núcleos en donde la gitanería es lo que reina y lo que prima. Donde la bulería es la reina de la fiesta y cualquier motivo es bueno para entablar un cante festero y darse una pataita.
La configuración del espectáculo es simplista. Una reunión de cante, baile y toque sin más argumento que la fiesta, la bulería. Pero cuando se abusa y se llega a los extremos es porque algo no va bien. Antonio El Pipa tiene una trayectoria intachable en el mundo del baile flamenco. Su seña de identidad es clara desde el primer momento en que alza los brazos con las palmas extendidas. Su pose torera con su rodilla acariciando el suelo esperando al morlaco a puerta gayola no tiene parangón. Pero lo poco gusta y lo mucho cansa. Y así fue. La repetición sistemática de estos detalles, de estas formas dancísticas superaron a la figura y desdibujaron en no pocas ocasiones la plenitud de sus facultades y de su intencionalidad.
Haciendo un barrido de mirada al total de la obra la sensación es positiva. Pero si analizamos las partes habría que valorar y detenerse en los detalles. Y de eso se trata. No es válido, en una plaza como la del Villamarta que la presencia del protagonista aparezca pasados cuarenta minutos del comienzo. Esto motivó que diera el sitio a sus alumnos, a su gente, a la cadena de transmisión de su baile en las nuevas generaciones. Que un espectáculo dure algo menos de dos horas, y el representante no de señales de vida hasta bien empezada la trama no parece un buen síntoma a priori. Dicho esto, la presencia de Antonio en el escenario a partir de aquí fue evidente aunque esto no lo salve. Trillas y bulerías en las voces de Ángel Vargas, Morenito de Íllora, Maloco, Quini y José Cortés y bulerías con la rotunda voz gastada y rota de Juana la del Pipa dejaron espacio para el baile de Antonio. Por alegrías, su modus operandi fue la gracia del gesto, de la insinuación, de gustarse a sí mismo y provocar al público, que por cierto respondió como se esperaba. En soleá el guión fue el mismo aunque más breve. La secuencia argumental del resto se basó en pasos a dos, a tres de Macarena Ramírez (que destacó entre las demás), Cintia López y Marta Mancera o los tientos-tangos de Claudia Cruz como figura solista.
A partir de la seguiriya, todo se convirtió en fiesta, en compás de amalgama y bulería. Nos quedamos con las ganas de ver cómo Carmen Ledesma o Concha Vargas se contoneaban con la solera de las viejas gitanas cuando se lanzan al centro a ‘pegarse la pataíta’. Y no es que no se la pegaran, que se la pegaron y muchas veces, pero nos quedamos con ganas de verlas por derecho. Prescindible, sin duda, el excesivo minutaje dedicado al cante por antonomasia de Jerez, que, aprovechado de otra forma hubiera dado más sentido a la obra. A pesar de que el entramado de la obra y su parte central fue una muestra de la grandeza de Antonio, todo se disipó en los extremos cuando se abusó de la bulería, tanto en el comienzo como en el final.
La ficha
Baile: Antonio el Pipa
Bailaora solista: Claudia Cruz
Colaboración especial: Concha Vargas y Carmen Ldesma
Cuerpo de baile: Macarena Ramírez, Marta Mancera, Cintia López
Artistas invitados (cante): Juana la del Pipa, Ángel Vargas ‘El Mono’.
Cante: Morenito de Íllora, Maloco Sordera, Joaquín Flores y José Cortés
Guitarra: Juan José Alba y Javier Ibáñez.